– GLOBOS –

DESCRIPCIÓN

Dislocación de la Mirada

Los rituales son formas de recobrar algún tipo de contacto, mecanismos que buscan comunión. Cada año, en San Agustín Ohtenco se abre una puerta al paraíso: los días 1 y 2 de noviembre, una multitud se reúne a celebrar el matrimonio del cielo y la tierra, los vínculos entre la muerte y la vida. La escena es de por sí sugestiva: decenas de enormes globos de papel de china son inflados en la plaza cívica, frente a la iglesia de San Agustín, y soltados rumbo al infinito. La bóveda celeste les sirve de marco a estos gigantes coloridos para emprender su partida, como si fueran ánimas que le dicen adiós a quienes se quedan inmóviles en la superficie, detenidos “a la orilla del camino”.

Mas allá del espectáculo visual, la cámara imagina su propio paisaje. El fotógrafo elige un recorte de la realidad y con ello disloca el mundo, lo distorsiona, ofreciéndonos su propia versión de los hechos. En este caso, se trata de una mirada que remarca las emociones generadas por la irrealidad del suceso, por la inquietud de estar frente a un portento que se halla entre lo luminoso y el misterio: ¿como definir esto que me rebasa y deleita?, ¿cual será el destino de ese enorme balón aéreo? ¿qué ingeniosa vida lo inunda por dentro? De ahí que las imágenes estén trazadas a partir de contrastes y de la yuxtaposición de texturas. De ahí también el trabajo constante con las siluetas y las líneas truncas, con la focalización acotada. Como si las fotos quisieran decirnos, al unísono: “imposible dar cuenta, a cabalidad, de esta experiencia”. En todo caso, lo que tenemos son fragmentos de la misma, que sumados, producen un acercamiento. La fotografía trabaja con aproximaciones.

Quien construye metáforas visuales nos enseña que mirar es siempre distorsionar la realidad. Tal es su manera de adueñarse de ella, inventándola. Aquí, esa apropiación se realiza a partir de dos temas que aparecen de manera constante en las imágenes. El primero tiene que ver con la tradición como interacción colectiva. Si el rito se repite cada año es gracias a los parentescos, a los valores en común que perviven y se refrendan, los cuales están expresados por los retratos de grupo, las manos y el fuego. Leída desde esta perspectiva, la serie de imágenes cuenta una historia, la de una comunidad que trabaja para ponerse en el aire, para elevarse a sí misma.

El segundo tema se deriva del primero: a todo ascenso le corresponde una caída. Si la tradición implica restauración colectiva, también incluye la destrucción y el cambio: la voluntad de continuidad es a su vez voluntad de quiebre y renovación. El momento más evidente de esto aparece en la imagen del globo que estalla y se revuelve sobre sí mismo, la imagen del ardor iluminando la noche antes de consumirse. Sin embargo, no es ésta la única visión que anuncia una metamorfosis regeneradora. La perspectiva con que fueron tomadas las fotografías permite imaginar túneles multicolores, fauces, espacios de tránsito a los que se asoma una multitud. En momentos incluso pareciera que estamos en otro tiempo en el que hombres primitivos encienden antorchas antes de internarse en una caverna. ¿En búsqueda de qué? eso sólo lo puede responder el espectador.

Como se ve, la vida cotidiana adquiere una realidad distinta cuando pasa a través de la lente. Tergiversar la mirada es torcer el mundo. Los vasos comunicantes entre vida y muerte son inevitablemente misteriosos, pero pueden estar en cualquier lugar, incluso en la imágenes más testimoniales. Sí, estamos en Milpa Alta, pero no estamos ahí. Los espectros no aparecen sólo después de la vida. Ciertas imágenes nos remiten a ellos. ¿Qué otra cosa es la fotografía sino un espectro de lo real, un pasadizo que no sabemos a donde nos llevará?

– Jezreel Salazar –

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